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La Carte du Ciel

Calculadoras del Vaticano. Monjas de la orden María Bambina

 

 

 

La Carte du Ciel (el Mapa del Cielo) fue un proyecto astronómico internacional iniciado a finales del siglo XIX. Buscaba cartografiar e identificar las coordenadas astronómicas de millones de estrellas en la esfera celeste.

El proyecto comenzó en 1887 impulsado por el Observatorio de París aplicando técnicas fotográficas en el ámbito de la cartografía estelar (la astrofotografía).

El trabajo se realizaba en dos etapas simultáneamente. En la primera, debían delimitarse con precisión las posiciones de varias estrellas de referencia. A partir de ellas se deducían las posiciones del resto de las estrellas observadas.

En la segunda etapa se producían las imágenes fotográficas. Estas se entregaban a calculadoras entrenadas para deducir la posición de las estrellas de cada placa en relación a las coordenadas de las estrellas de referencia incluidas en esa placa.

En aquel momento el término “calculadora” aludía a las personas empleadas en realizar estos cálculos mecánicos. En la mayoría de los casos, mujeres cuyos nombres se desconoce. Eran simples computistas entrenadas para realizar un trabajo mecánico y tedioso, pero que realizaban de manera muy diligente. Observaban la posición de las estrellas a partir del material fotográfico que se les proporcionaba y calculaban las coordenadas precisas de esos astros.

El Observatorio Vaticano se había unido al proyecto de la Carte du Ciel gracias al astrónomo y meteorólogo Francesco Denza, que convenció al papa León XIII del interés de la empresa. León XIII accedió a participar en el proyecto, en parte para acallar las acusaciones de oposición de la Iglesia a la ciencia.

En 2016, de manera casual y entre unos documentos olvidados, el jesuita Sabino Maffeo  descubrió la identidad de las mujeres computistas del Observatorio del Vaticano: Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi y Luigia Panceri, cuatro hermanas de la orden de Maria Bambina, congregación que vivía cerca del Observatorio.

Habrá quien piense que no tiene demasiada importancia poner nombre a las mujeres que aparecen observando, calculando y catalogando minuciosamente en la fotografía que abre este escrito. En mi opinión, merecen aparecer en la historia de la astronomía: sin su dedicación, el incompleto catálogo Carte du Ciel habría tenido muchas menos estrellas.

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Las monjas calculadoras del Vaticano

Una tradición velada

Rabi'a

Rabi’a al- ‘Adawiyya

«En el siglo II de la hégira (siglo VIII del calendario cristiano) Irak  era un país floreciente y luminoso, entregado al conocimiento,  la sabiduría y la espiritualidad. Los musulmanes habían construido la ciudad santa de Basora donde se acogía a estudiosos y sabios de todos los países. En ella convivían árabes y bizantinos, persas y africanos, y florecían los estudios sobre literatura, filosofía, jurisprudencia y las tradiciones del Profeta.

Ahí nació Rabi’a al-‘Adawiyya en el año 95 (714) o 99 (717-718), aunque se especule sobre un posible origen persa. Y en esa ciudad pasó la mayor parte de su vida.

Rompiendo con la imagen habitual que de ella transmite la hagiografía moderna, pero coincidente con otros autores antiguos, el retrato que hace  as-Sulami difiere bastante de la reclusa emotiva y sentimental que con frecuencia llega hasta nosotros. En su tratado Memoria de las Devotas sufíes el autor ilustra la vida, a modo de pinceladas, y recoge las palabras de ochenta y cuatro mujeres sufíes. Rábi’a aparece como una gran maestra sufí, inteligente y equilibrada.

Gnóstica y maestra

Pensamiento y amor no están separados: el corazón es sede de la iluminación.

Maestra de vida y maestra de conocimiento.

Cuenta Al ‘Attar que si Rabi’a no estaba en la asamblea, Hasan al-Basri  se negaba a pronunciar su sermón. Hasta tal punto apreciaba su presencia.

Sin embargo, ella no quería que nadie la tuviera por maestra. Se escandalizaba cuando alguien le mostraba reverencia en señal de su sabiduría.

Se consideraba siempre aspirante, siempre en camino.

Rabi’a supo expresar el amor incondicional de manera excepcional, y su formulación se extendería hasta llegar a impregnar la mística cristiana: sólo Dios basta, que dirá más tarde Teresa de Jesús.

Velada con el velo de la sinceridad recorre la senda sufí hasta lograr el conocimiento mayor al que se puede aspirar: ma’rifa. Ese conocimiento será siempre un don que ningún esfuerzo humano puede comprar, aunque para recibirlo  el ser humano haya de poner en juego todo lo que tiene, y todo lo que es.

Se cuenta que, cuando algunos maestros fueron a visitar su tumba, la oyeron exclamar: ‘Qué hermoso lo que sucedió! Hice lo que debía hacer, y encontré el camino recto. ¡Sólo Allâh es sabio!’

Segú Dorotea Sölle,  teóloga cristiana,  ninguna religión ha expresado el descentramiento de sí con tanta osadía y ardor como hicieron los sufíes. Osadía y ardor que encontramos ciertamente en Rabi’a al-‘Adaiyya y sus compañeras»


(1) Dichos y canciones de una mística sufí

(2) Rabi’a y el sufismo